Infinit (dos)
Infinit (dos)
Marc Palau, Sebastià Oliva

Infinit (dos)

Del 20 de abril al 22 de mayo de 1994. Ciclo La Cambra Daurada. Comisario: Manel clot

UNA EXPERIENCIA DEL CONFLICTO

Como el universo -en tanto que cuestión terminológica y también como concepto de carácter alegórico, la idea de cuerpo se ha erigido en una de las figuras metafóricas más anchas y profusas que han ido apareciendo en los terrenos de la cultura occidental durante siglos, tal vez, porque no, por una mera cuestión de proximidad antropométrica o también de centralidad existencial. En estos últimos años, además, y ya inmersos en el ámbito específico de las artes plásticas, la imagen del cuerpo ha funcionado de muy diversas maneras, y no siempre físicas o, incluso -y pese a la redundancia-, no siempre corpóreas. La imagen del cuerpo tradicionalmente y progresivamente contemplada desde sus múltiples acepciones -política, social, económica, religiosa, sexual, reproductiva, jerárquicamente ha ido asociando cada vez más a una imagen del cuerpo como soporte de discurso teórico, como imagen figural, como síntoma sexual, como liberación mental, como producción de sentido, como transmisor de enfermedades, o como simple -toda vez que terrible- escenario prolífico de dolor y de placer, por el que también discurren y mandan el sudor, el semen y la sangre, un escenario, pues, lleno de referencias metafóricas, de alusiones alegóricas y de todo un corpus significando que va más allá de lo que es su estricta presencia tridimensional.

La historia del cuerpo como construcción de la propia historia, es decir, como recoge indexado de la propia experiencia -con la que se presenta imbricada de una forma necesariamente indestriable- es uno de los núcleos principales del trabajo de Sebastián Oliva y Marc Palau, un núcleo que constituye, además, y quizás de una manera no muy común, un ejemplo bastante revelador de cómo el trabajo del artista a veces puede discurrir paralelo al mismo proceso de aprendizaje o de descubrimiento de ciertos valores y elementos llevado a cabo por la persona, haciendo que discurso y existencia acaben confluyendo en perspectivas casi diríamos que naturales, aunque sea por meras cuestiones de edad y de trayectoria o experiencia. Sea como sea, sin embargo, la idea de encontrarnos que en el terreno de las artes visuales también podemos descubrir ejemplos de algo más o menos equivalente al que en literatura se diría sin rodeos bildungsroman, nos parece hoy por hoy realmente interesante. El trabajo que los dos artistas presentan en la actualidad es sobre todo el fruto momentáneo de un proceso de investigación que comenzó aproximadamente en el año pasado y que todavía esta en evolución y construcción, tanto en cuanto a su formalización como para la elaboración del pensamiento: no se trata, pues, propiamente, de una obra sino de un estadio eso sí, cada vez más complejo y elaborado- de un segmento de discurso artístico que esta todavía a la espera de complicar -se más y tomar otras vertientes más tridimensionales y, sobre todo, más corpóreos, nunca mejor dicho. Infinito (dos) ya deja entrever algunas de las futuras elaboraciones, tanto de índole conceptual como formal, que la obra de los artistas debe incorporar en las próximas formalizaciones:

Una progresiva apropiación de referencias objetuales -directamente metafòricas-, la lógica ampliación hacia los terrenos de la instalación y la necesaria inclusión de pequeñas acciones o de otros trabajos completamente identificados con el mundo del body arte-, de manera que permitan al espectador una lectura más apropiada de todo el cúmulo de imágenes de cuerpos y de transformaciones que las proyecciones ofrecen como un resultado o como una constatación de experiencias tridimensionales realizadas previamente. Infinito (dos) es, antes que cualquier otra cosa -y esto parece bastante evidentemente, una propuesta de reflexión sobre el estatus del cuerpo como entidad física ya la vez como noción cultural -y, por tanto, social, histórica, sexual-, que hace que todos los elementos que se desprenden actúen a modo de una especie de índice o de sumario general de cuestiones que interesan notoriamente a los artistas, y algunas de las cuales, tal vez, se presenten sólo anotadas , como esperando otros momentos para desarrollarse más adecuadamente. Pero también hay que remarcar que, más allá de las referencias más directas al cuerpo, una idea profunda de tiempo y una reflexión sobre el agente temporal como factor constructor del discurso artístico específico se encuentra igualmente presente en el núcleo de su trabajo: en este factor recae, por ejemplo, buena parte de la responsabilidad final de una obra que se instala fundamentalmente en la estructura de los dispositivos procesuales como un elemento transformador de las ideas y de las concepciones de la obra arte.

En sus aspectos más genéricos, Infinito (dos) desarrolla un tema ya tratado en una instalación anterior -exhibida en Reus-, y en el que dos personajes son mostrados en partido de la progresiva evolución y transformación de sus atributos más reconocibles, de tal manera que no sólo se produce una fusión o una confusión de algunos de los aspectos fundacionales de la idea de cuerpo sino que, entre otras cosas, se produce sobre todo una confusión entre los límites perceptuales simples y entre todo aquello que define cada uno los dos personajes, es decir, una disolución de aspectos relacionados ya de manera más directa con la identidad, que constituye una especie de mirada irónica a la poca solidez de las identidades tal como las hemos entendido hasta ahora y una mirada metafórica a la lógica necesidad de entenderlas de maneras bastante más amplias y generosas. Los dos personajes presentados en la obra llevan sobre sí todo el cúmulo de localizadores habituales -sociales, sexuales, sexuados, culturales, históricos, sanitarios-, como cuerpos humanos: la progresiva transformación que experimentan hace verterlos a procesos que hacen cambiar su propio reconocimiento como tales cuerpos sociales, con el fin de forzarlos a encontrar una especie de esencia última que, toda vez que reducida, permita englobar todas las diferenciaciones anteriores y abolir toda separación significante. La construcción de la puesta en escena del trabajo presenta otros aspectos periféricos que intervienen igualmente en la construcción tanto de la noción de cuerpo como de su subversión, y se instalan en una potente contemporaneització de la reflexión de los artistas, construyendo una serie de imágenes alegóricas que nos sitúan en la época que vivimos y en el momento crucial en el que esta reflexión se produce: la idea de la lucha, la destrucción, la muerte, la interacción, la construcción, el experiencia, los procesos de la existencia, los duelos, los roles.

Una última idea en torno a los conceptos de la transformación y del conflicto: como buena parte del arte que ha trabajado la idea de cuerpo en estos tres últimos decenios como soporte, como agente, como sustituto, como metáfora, como fragmento, como carne-, los elementos procesuales que ponen en evidencia los aspectos de transformación son de notable importancia en el trabajo que Marc Palau y Sebastián Oliva nos muestran, porque funcionan con un elemento que se vive y en el que la idea de transformación equivale necesariamente a la idea de crecimiento y de aprendizaje y, en algún sentido, a la de muerte y de decadencia, todo ello ubicado en el espacio social, ya de por sí bastante connotando. Placer y dolor o identidad y despersonalización no son los únicos elementos duales del conflicto pero sé que forman parte indisoluble, constructora: junto con ellos, los artistas dejan que la propia pantalla corporal muestre su repertorio de elementos sin los cuales esta idea no sería completa, unos elementos que se refieren a la situación capital de la idea de cuerpo, del cuerpo-concepto como experimento de comportamiento social, como sujeto de especulación de identidad, como término en el que los fluidos aportan más cuestiones connotativas, como pantalla de demostración artística, como sublimación del individuo, y como constatación de que el cambio en la percepción del cuerpo y en la propia experiencia del cuerpo establece un discurso que va en aumento y el progreso el que se estructura en forma de espiral, ampliándose y ensanchándose para abarcar cada vez más elementos, más conflictivos y más transformadores, más intensos y más capaces, en suma, de constituir el territorio global de esta potente experiencia.