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Consol Rodríguez & Eugeni Güell

Deseo.

Del 12 de marzo al 8 de abril del 2001. Intervención a la ciudad de Barcelona

Deseo... anotaciones desde el itinerario

Primer Deseo, 26 de abril de 2000, Barcelona.

Deseo: primera persona del singular del presente de indicativo del verbo desear.

Deseo nº. 1, «llegar a la Universidad» [...] Deseo nº. 4, «recitare en un grande teatro» [...] Deseo nº. 15, «nadar con los delfines del zoo» [...] Deseo nº. 27, «to travel around the world» [...] Deseo nº. 41, «no lamentar nada de mi vida a los 40 años» [...] Deseo nº. 43, «ser por un día famoso» [...] Deseo nº. 71, «viure molts anys» [...] Deseo nº. 87, «documentos, novia y trabajo» [...] Deseo nº. 94, «ser feliz siempre» [...] Deseo nº. 115, «voler pour attraper le ballon» [...] Deseo nº. 125, «die Leute mit meiner Musik erreichern» [...] Deseo nº. 133, «un patinete» [...] Deseo nº. 140, «pau».

[...]

[...] Mira, en esa fachada, ahí, vive Lucía, aquella abuela argentina. ¿Habrá mejorado su vista después de la operación? [...]

Paseamos, casi sin rumbo, por esta o aquella zona de la ciudad. Había que recorrerla toda.

[...] Mira, ése, el que sale del cine, ¿no es Antonio? ¿Cómo continuará con su negocio? [...]

Hablamos con desconocidos, con conocidos a veces, y elaboramos, durante un año, lo que poco a poco, después, coincidimos en llamar un retrato contemporáneo de la ciudad.

[...] Aquellos de allí que van de la mano son Jacinto y Victoria, mira, saludan. Y aquel niño, ¿cómo era su nombre?, Mohamed, quería una bici mountain. [...]

Seguimos paseando...

Digámoslo así, «Deseo» ha sido un paseo, un largo paseo, un paseo prolongado entre dos primaveras -la de 2000 y la de 2001- por la ciudad de Barcelona. Pasear se puede pasear por motivos diversos: por deporte, sin más, para hacer ejercicio corporal, para tomar el aire... o, como era nuestro caso, para salir al encuentro de algo, o alguien. «Deseo» es la historia de este encuentro singular y es el trazado sobre el paisaje de la ciudad de este encuentro.

El proyecto nació de la idea común de utilizar el espacio público como lugar expositivo alternativo a la sala de exposiciones, la galería o el museo, pero, quede claro ya desde este instante, nunca hubo la intención de trasladar estos espacios convencionales del arte a la ciudad, al espacio urbano. No apoyamos una estrategia de maquillaje mediante la cual una muestra diseñada e inventada desde el museo o la galería o la sala de exposiciones se presenta en lugares off. No queríamos utilizar el arte de esta manera convencional que, en realidad, sería una estetización del espacio urbano, un ornamento, y que, más que una alternativa, supondría un freno a la posibilidad de que el arte desarrolle una función efectiva, constructiva y crítica, un freno a la posibilidad de recuperar el espacio público de la metrópolis como lugar social desde donde proponer el desarrollo de una cultura crítica con la cual replicar al discurso establecido y vincular la expresión a la propia comunidad.

Ya al principio, «Deseo» nos supuso un cambio en la manera de hacer, un giro, un traslado del taller, o del estudio, a la calle. Hemos sido, ante todo, experimentadores, y hemos tenido que ser increíblemente móviles, creativamente móviles, cambiar de terreno y cambiar de territorio de manera continuada. Hemos visto el viejo problema del arte y la vida transformarse en el problema del arte en la vida. Y hemos reorientado el arte, nuestro arte, para que este empleara como medio la producción industrial y el soporte publicitario para ser expuesto. Un arte que, perdida ya su autonomía, se vincula en el proceso creativo a otras disciplinas como la sociología, el urbanismo, la historia, el diseño, la publicidad.

Las 140 imágenes diferentes que componen «Deseo» se dispersan por el paisaje urbano utilizando las plataformas usuales, incluso las estrategias propias del mundo de la publicidad. Todas estas imágenes que componen «Deseo», cuya fuerza expresiva radica en su desnudez, tienen algo de familiar, de cotidiano, de cercano, incluso de improvisado e instantáneo, de doméstico, como si fuesen susceptibles de ser incluidas en un álbum de familia. Responden a una fórmula muy sencilla, «imagen + mensaje», el retrato de un ciudadano contemporáneo elegido al azar en la ciudad más uno de sus deseos enunciado por él mismo. Estas imágenes tejen con el propio espacio de la intervención una obra, visible e invisible a la vez, en contraste con la rutina urbana cotidiana habitada por otros rótulos, otras banderas, otros signos gráficos y otros anuncios en otros escaparates, la publicidad frenética y colorista de todas las calles..., los carteles, los escaparates, las fachadas, las vallas, los autobuses, los canales de televisión..., la publicidad frenética y colorista de todas las calles.

Para el hombre contemporáneo no existe cobijo que equivalga al cobijo que le ofrece la publicidad. La publicidad es ese mundo aparte, ese otro mundo poblado de seres felices, hombres seductores y audaces, mujeres sin complejos y liberadas que causan sensación. La publicidad ¾primero lo fue la naturaleza, luego lo fue la ciudad¾ es ahora nuestra casa. No se va de compras al mundo de la publicidad, a la publicidad se va para instalarse como quien va al hogar-dulce-hogar. La publicidad no pretende vendernos nada, sino regalarnos las coordenadas precisas para existir. Este es el móvil primero, el más importante, del mensaje publicitario: el propósito organizado y sistemático de imponer una ideología concreta a la que el individuo se va adaptando hasta perder, tras haber perdido primero la consciencia de lo real, toda capacidad de crítica o de reacción. Después de todo, la publicidad es, descaradamente, la hija directa de la propaganda ideológica, divulgada desde y por una clase dominante poseedora no ya tanto de los medios de producción sino de los medios de comunicación, los canales de difusión, los códigos y las modalidades de descodificación, y dirigida a una clase dominada que no puede aislarse de su mensaje y que acaba siendo «compinche» de su propio sometimiento, como a través de una especie de práctica de una disciplina de la humillación.
Al final, de tanto bombardeo incansable de mensajes e imágenes, de tanto «impacto» ¾así lo llaman en el argot televisivo¾ visual y sonoro, el hombre contemporáneo ha perdido el habla y ha perdido el rostro y ha perdido el cuerpo. La libertad, en medio de la opresión asombrosa a la que es sometido diaria y cotidianamente el individuo, es una ilusión fatal que niega toda disposición crítica. ¿Quién puede fundamentar su libertad en la capacidad de elección entre una marca u otra de zapatos de deporte o de compresas o de aftershave o de mejillones enlatados en su salsa, entre una telenovela u otra, entre un parte del tiempo u otro? ¿Principio de libertad en nuestras democracias? ¿Fatal ilusión? ¿Bombón con veneno? La fotografía comercial, con sus interminables alabanzas a la eterna juventud y a un canon de belleza convencional, ha supuesto una decisiva influencia en cómo vemos nuestros cuerpos ¾más que en cómo deberíamos verlos¾, y nos ha situado en una búsqueda exaltada de imágenes externas en las que poder reflejarnos y reconocernos, como quien se reconoce en la imagen deforme devuelta mil veces en la Casa de los Espejos de una feria. La publicidad, ese espacio contemporáneo que tiene como destino la creación y difusión del nuevo poder económico que rige el mundo, ha hecho del hombre una unidad de consumo que en última instancia es incapaz de desear lo que compra, y que más bien compra lo que se le ha estado enseñando a desear.

Es asombroso, de un asombro de escándalo, cómo los mensajes publicitarios se superponen unos sobre otros, cómo se suceden vertiginosamente unos tras otros en esta nueva Babelia contemporánea, destruyendo así el lenguaje en su expresión más inmediata y mejor: la conversación, el intercambio de palabras y discursos. El lenguaje ya no viene a ser más que simple comunicación, la palabra designa, ya ha dejado de significar, el habla ya no la forman las palabras propias sino las impropias, las palabras de otros, de aquellos que tienen el control sobre los códigos que dan a difundir. Hablamos sus palabras ¾ciegamente repetidas, rápidamente difundidas por los medios propios de la publicidad¾, somos la insospechable encarnación de sus eslóganes, el altavoz de sus lemas; sus anuncios contaminan nuestras expresiones cotidianas. ¿Quién no ha hecho «un Kit-Kat» alguna vez, y no por ello comía una chocolatina? ¿Quién no se ha visto tentado nunca de hacer «la prueba del algodón»? ¿A quién no le han rimado un «¿qué tal?» con el pareado facilón de un anuncio de aspirinas? ¿Alguien sabe acaso lo que puedan significar esas palabras? Están vacías, tras ellas no hay ninguna voz, son palabrería innecesaria, ruido imparable y ensordecedor al que parece que hayamos decidido acostumbrarnos.

El arte, volvamos a lo que apuntábamos al principio, debería constituir una alternativa consciente para escuchar el tono perdido de nuestra propia voz y el sonido del silencio que hemos olvidado, una posibilidad consciente para retomar la palabra desde donde proponer el desarrollo de una cultura constructiva, efectiva, crítica, de reacción, en donde «artista», «compromiso» y «trabajo» no fueran independientes de una cierta responsabilidad social, aparte de afirmación de un pensamiento y de un hacer verdaderamente insumisos. Aunque, mirando así en general el panorama, hay muy pocas tablas a las que aferrarse en este mar actual de la creación artística, donde proliferan los discursos «construidos» sobre la simplona tendencia de un arte «transgresor» que se convierte en el arte de la acumulación de «transgresiones», como quien dice el arte de la acumulación de nimiedades; o sobre un conjunto de experiencias propias presentadas, tan comodona y ricamente, como inevitables mitologemas, huecas mitologías del yo carentes de interés y carentes de valor; o sobre la impermeabilidad de discursos políticos reducidos a pura retórica y automasturbación. No, por aquí no vamos bien..., no vamos nada bien.

Al menos seamos conscientes de cuál es la batalla que tenemos que librar. «Deseo» es también este intento de toma de consciencia, no es sólo un itinerario, ni es sólo una intervención efímera, ni es sólo un bello gesto; es el entusiasmo con que nos hemos implicado en la acción ¾nosotros, los que nos han prestado su tiempo, su imagen y sus deseos, los que han colaborado de una manera u otra, directa o indirectamente¾, es la pasión que ha embellecido cada una de las instantáneas y cada una de las tomas, es la sensación de participar activamente en un momento contemporáneo concreto, es una cartografía del deseo y es una campaña, es los múltiples encuentros y los tantos paseos, es el proceso del trabajo de un año y es estas líneas. «Deseo» es, también, una manera de decir que el arte no puede disociarse del momento histórico que le toca vivir, que ha de avanzar paralelamente a los acontecimientos e incorporarse a la batalla social y política ¾que siempre la hay¾, convirtiéndose, con ello, en un arte agitador y en un arte agitado.
Nos gustaría en este punto, agradecidos como estamos, reconocer su colaboración a todos aquellos que nos prestaron su tiempo, su escucha, sus rostros y sus palabras. A algunos de ellos los encontramos, como nosotros, paseando, otros buscaban empleo, otros estaban de paso, otros mendigaban, a otros los buscamos en sus casas, en sus comercios, en sus lugares de trabajo...

Es curioso, ahora, después de un año, cómo uno vuelve a pasear por la ciudad con un extraño sentimiento de familiaridad y va reconociendo en distintos lugares rostros distintos y distintos deseos. Ellos siguen aún en la ciudad, otros ya han marchado, quizá vuelvan otro día, es la misma ciudad un tiempo más tarde.


Consol Rodríguez
Eugeni Güell

 

Nuestro tiempo lleva la relación entre el artista y la ciudad a su máxima intensidad. Así, el arte puede ser un buen termómetro para saber lo que desean los ciudadanos, e, incluso, para conseguir que ellos sean los protagonistas de espacios que generalmente no pueden ocupar y a los que en muchas ocasiones no pueden acceder.

Este es, entre otros, el objetivo de «Deseo». Un proyecto que también propone llevar el arte a la plaza pública. La plaza pública como espacio público y, al mismo tiempo, como espacio donde se debate lo público. A este respecto, «Deseo» asume la extensión del arte hacia los asuntos ciudadanos y concede protagonismo a 140 personas que atraviesan la ciudad con sus sueños y realidades.

Esta es la idea que subyace en el proyecto, en el que el arte, la vida, la política y la sociedad se dan la mano y muestran los acuerdos y las diferencias que se generan.

Aquello que desde siempre hemos denominado compromiso del artista asume aquí una de sus finalidades más nobles, que consiste en pasar el protagonismo a aquellos que habitualmente no lo tienen y a hacer visibles aquellos que habitualmente no lo son o integran, sencillamente, las estadísticas más frías.

En toda su magnitud, este es un arte ciudadano. Es decir, un arte protagonizado por la ciudad y por sus habitantes.

Joan Clos
Alcalde de Barcelona

 
DESEO

La nueva propuesta que La Virreina Exposicions presenta en La Capella, espacio dedicado a mostrar las experiencias de artistas emergentes, nos incita en esta ocasión a salir de la sala y a pasearnos por las calles de la ciudad, donde encontramos el auténtico espacio expositivo de «Deseo».

De la mano de Consol Rodríguez y Eugeni Güell, «Deseo» nos sugiere una nueva geografía urbana, un plano de la ciudad con 140 nuevos puntos de interés donde arte y ciudad, artistas y ciudadanos se funden en una sola presencia, y se sitúan todos ellos como protagonistas y como espectadores a la vez.

El objetivo de La Virreina Exposicions de explorar la relación directa entre los artistas y la sociedad se cumple así doblemente: el entorno social, el ámbito urbano, no es aquí solamente un factor condicionador, sino que se convierte en escenario y auténtico protagonista de la creación artística; el artista no se presenta sólo como creador, sino también como espectador y testigo de esta realidad urbana.

Ferran Mascarell
Concejal de Cultura