De la persona en l'espai
De la persona en l'espai
De la persona en l'espai
Joan Morey, Adrià Julià

De la persona en l'espai

Del 21 de mayo al 21 de junio de 1998. Ciclo De l'Espai i la Persona. Comisario: Frederic Montornés

Al final parece que todo vuelve a su lugar; aunque se vea alterado por la sucesión de los acontecimientos. Y es que, después de haber hecho una inmersión entre los límites del espacio y el mundo interno de la persona (de acuerdo, de una persona muy concreta), le llegó el turno de poder reencontrarse con aquel espacio del que partió. Aunque, eso sí, de una manera absolutamente diferente. Porque si el primer espacio del que partió. Aunque, eso sí, de una manera absolutamente diferente. Porque si el primer espacio que pudo percibir el experimentó como si fuera un espacio vacío (aunque susceptible de llenarse con las diferentes experiencias de cada visitante), aquel espacio entre cuyos límites debía reencontrar al final de esta aventura (su, pero también de aquellos que la hubieran seguido) acabaría viéndose contaminado por las aportaciones que hicieran estos dos artistas. Porque no podía ser de otra manera. De estos dos artistas que debían configurar la última de las exposiciones que había programado en el ciclo: Joan Morey y Adrià Julià. Partiendo de lo que pensaban o de lo que son. Pero también de lo que somos y que no queremos saber o de lo que si lo sabemos nos da igual si lo aceptan. O no. Los otros. Porque tanto si se trata de algo como de la otra, los espacios que nos insinúan los trabajos de algunos artistas son unos espacios completamente diferentes. Porque las necesidades de aquellos artistas también lo son. Porque se dan a conocer a través de otros medios. Y para el público al que se dirigen está viviendo en otro lugar. En suma, para que el mundo en el que se reconocen se encuentra en una evolución constante. Como también se encuentra nuestro. Y porque no se puede seguir de la misma manera.

Hacía tiempo que daba vueltas. Porque en ese ámbito donde se movía había algo que no funcionaba. Según los cánones preestablecidos. Y se trataba de las diferentes salidas que algunos artistas daban a sus obras. Porque, más que de una obra detrás de otra, entendían lo que hacían como si fueran designios. De la vida. En el sentido más estricto de esta palabra.

¿Por qué esperar a que te vengan de fuera para que te digan algo sobre lo que estás haciendo ya no es la solución que hoy en día se necesita. Para vivir. De modo que se empezaba a comprender que había que salir para poder hacer algo. O intentar encontrar nuevas soluciones para descongestionar este marasmo que nos mata. A todos. Y es que está claro que para poder vivir lo que hay que hacer es empezar a mover. Y aunque todavía hay algunos que prefieren seguir esperando también hay otros que tratan de inmiscuirse en la forma de pensar que tienen otras personas. De aquellas que creen que el arte de su tiempo debería interconectar con algún proyecto que fuera más global. Y multidireccional y contaminado y amplio de miras y vivo. Sobre todo vivo. En un espacio que nos fuera común. A todos.

Y si de lo que se trataba era de hablar de un espacio, ese espacio debía reflejar una cierta manera de hacer. Pero también de moverse y de sentir. O de vivir y de ser. Una persona -cualquier persona- en algún ámbito que fuera peculiar o característico. Para todos o para muchos de nosotros.

Y fue en función de esta reflexión (o de este deseo o, cuando menos, de esta necesidad) que se decidió tantear estos artistas. Porque si lo que quería era hablar de otros espacios -de aquellos espacios a través de los que se mueven las personas que tienen cosas a decir-, creía que los proyectos de estos dos artistas en recreaban dos a la perfección. De estos otros espacios. O al menos era así como él lo pensaba. Y si bien no tardó en constatar que sus obras eran diferentes (porque se concentraban en unas cuestiones que por otro lado también lo eran: disímiles), había algo que corría entre ellas que le impulsaba a integrarlas en un mismo universo. Un universo heterogéneo. Y que él experimentaba como si fuera distante. Para que no se podía parecer de ninguna manera a aquel donde hasta entonces había vivido. Como si no pasara nada. Y si bien se tratara de ese mismo universo. Una vez más, de todos.

Es así como se pone en contacto con esta forma de pensar; o con esta manera de ser: con una libertad de perjuicios total y con el deseo de llegar a comprender cómo se construía el espacio de su tiempo. Con la necesidad de poder confrontarse con alguna realidad que la estimulara. Realmente.

Cuando conoció Joan Morey no podía comprender qué era lo que hacía. Porque no encajaba con sus esquemas. Pero al cabo de un tiempo el comenzó a relacionarse: con la densidad de una generación que se empezaba a hacer escuchar (<< Cada generación recibe las cualidades que necesita para afrontar su tiempo >>, E. Jünger), con la necesidad de comunicarse a través de la naturalidad y la inmediatez, con la convicción de que hoy no hay nada que pueda durar más de tres días, con la certeza de que las cosas que se hacen son para ser consumidas y, si no , para desintegrarse. Con la espontaneidad y las palabras directas. Con la reivindicación de una manera de vivir. Clara. Con la necesidad de alejarse de cualquier prejuicio. Porque nunca se hace nada sin que se espere una respuesta. Y si la respuesta no llega, lo que hay que hacer es ir a buscar.

Cuando conoció Adrià Julià seguía pensando las mismas cosas. De hecho, los conoció al mismo tiempo. Pero le sorprendía que le dijera el mismo partiendo de la introspección que hacía el artista. A través de su obra y con su obra. Poca, escasa, pero por lo menos suficiente. Y se quedó cautivado por la rapidez de la lectura de sus imágenes, para que las fuentes de las que bebía pertenecían al mundo de las actividades diarias, porque las historias de sus obras eran tanto sensatas como la necesidad de sentir, porque lo que hacía ya lo había visto; si bien en otro lugar y, probablemente, motivado por otras causas. Y porque en situarlas fuera de su espacio las cosas que le decían ya no eran las mismas: tenían otra fuerza; una necesidad real de existir.

Apelando al mundo exterior como apelando al interior de nosotros mismos, las obras que hacían estos dos artistas el remitían a un espacio donde se movía un sentimiento. Paradójicamente. O las reflexiones que pudieran llevar a cabo algunos de aquellos miembros de una generación contemporánea; actual: espontánea, intensa, efímera, densa, directa, cruda, contaminada y, aparentemente, vacía. Pero por encima de todo esto, de una generación vinculada con un tiempo que pedía a gritos que las cosas cambiaran. Porque si no era de esta manera se iban de aquí.

Y era justamente esta forma de huir lo que pretendía que se hiciera patente en la propuesta de estos dos artistas. Porque consideraba que no eran los únicos que lo habían decidido y porque pensaba que cada vez serían más los que huirían. Sin resignación. Dentro. Y porque creía que si se quiere seguir deberíamos empezar a mover por la totalidad del espacio. De aquel espacio que nos pertenece a nosotros porque somos todos nosotros quienes lo habitamos. Sus personajes. Y no aquellos que han vivido antes. Y menos aún aquellos que llegarán después.