De l'espai a la persona

Daniel Chust Peters, Coup de vent (reproduction de mon atelier et de la place Charles Dullin, Paris), 1996

De l'espai a la persona

Elena Genís Falgueras, Sense Títol, 1997

Elena Genís Falgueras, Sense Títol, 1996

De l'espai a la persona

Karin du Croo, Balloon Wall, 1997

Daniel Chust Peters, Karin du Croo, Elena Genís

De l'espai a la persona

Del 29 de enero al 1 de marzo de 1998. Ciclo De l'Espai i la Persona. Comisario: Frederic Montornés

Si bien sus propuestas no tenían nada que ver técnicamente, o bien sus obras no evidenciaban la relación que tenían, o bien sus deseos iban por caminos absolutamente divergentes ... no fue por una casualidad que se decidiera reunirlos en una misma exposición. Los tres artistas. Y es que, lejos de aquel estatismo que hasta entonces le habían transmitido la mayoría de las exposiciones colectivas, lo que se le ofrecía a partir de la obra de estos artistas era la posibilidad de plantear una exposición donde lo que se haz patente fuera la materialización de un movimiento. O la creación o la recreación de un movimiento casi continuo: desde un lugar -del espacio- hacia el otro- la persona. Mientras se genera, se produce, se desarrolla o existe ... a medida que pasa el tiempo ... todo transitando entre la obra de un artista y la propuesta del siguiente y de ésta a la última de cualquiera de los tres artistas . Olvidando que se podría pensar que el interés de esta propuesta no era más que de la tentativa de organizar algo que fuera diferente. Porque en el fondo no (sólo) se trataba esto.

Y conoció los artistas de una manera completamente disímil: la Karin, hará unos dos años ya través de una amiga que ambos conocían, que le comentó que tenía una gran sensibilidad y que llenaba de una gran emoción todas las obras en las que trabajaba. Una apreciación que pudo constatar al ver las intervenciones que el artista había hecho en alguno de los lugares donde había expuesto.

Elena, siendo miembro de un jurado seleccionador. Él. Y le sorprendió su destreza en la lucha que mantenía para buscar cuál era su lugar: entre dos disciplinas muy diferentes y en medio de las cuales se encontraba su cuerpo. Como también se podía encontrar el de cualquiera de nosotros. El cuerpo: cualquiera de aquellos espacios que nos son tan difíciles de concretar. Y Daniel, a través de Carlos, un galerista, que le enseñó algunas de sus fotografías de algunos de sus paisajes, que le parecían irreales. Y es que estaban hechos por la misma mano que luego los había de fotografiar. Como si se tratara de una serie de apuntes previos que el artista hubiera hecho para la realización de unos escenarios: deleitables en su desolación, inmediatos en su distancia. Si bien se tratara de las reproducciones de los diferentes espacios donde Daniel había vivido, trabajado o expuesto. O simplemente, estado.

Y poco imaginaban ellos que les acabaría reuniendo.

Pero es que entre las obras de estos tres artistas había algo que le indujo a convocarlos. En una sola exposición. Porque desde cada uno de sus diferentes registros le estaban, hablando cosas que somos. De algunas de esas cosas que nosotros -la persona- nos identifican. Como lo que somos: vulnerables (o indefensos o desamparados o inermes), precarios (o inestables o inseguros) y frágiles (o frangibles o quebradizos o delicados). A pesar de que nuestra apariencia tienda a igualarse con la solidez de un espacio bien construido. De un espacio que enseña a los demás como si fuera un castillo casi indestructible. Más allá de cualquier duda.

Es así como comienza a vislumbrar cómo se enlazan las obras. O cuáles podrían ser algunos de esos vínculos que se establecen entre las diferentes propuestas. De los tres artistas. En función de la forma en que lo conducen hacia una reflexión. Cualquier. Partiendo de un espacio que existe -que sería como la metáfora de lo que representa nuestro cuerpo: un lugar abstracto donde se inscribe lo que nos sucede a medida que pasa el tiempo para llegar hasta las mismas puertas . De nuestra persona. Y aunque no sabe de qué manera lo puede hacer, lo que sí sabe es lo que quiere de cada artista. De cada uno de los tres artistas. Y quisiera que la Karin hiciera una intervención dentro del espacio -porque le interesa el vigor de sus actuaciones efímeras o la capacidad que tienen sus huellas para vulnerar la rigidez de aquellos espacios donde se mostren-, que Daniel reprodujera cualquiera de sus sitios -porque quiere saber que es lo que se siente cuando se entra en un lugar sin que éste se nos trague; y es que a través de las reproducciones respecto desacraliza el misterio que transpiran los lugares donde el artista enseña (o crea) su obra- y que Elena nos enseñara las partes escondidas que tiene nuestro cuerpo: sus joyas. Del cuerpo -porque es en ver nuestras heridas que nos sentimos más capaces de reconocer lo que somos. Nuestra carcasa. Aquella forma que tiene la caja que a todos nos guarda. En su interior.

Porque es en el interior de su pensamiento allí donde quedaba claro cuál era el movimiento. De la exposición: un espacio modificado / alterado por la injerencia de una intervención, la reproducción a escala de este espacio con el fin de persuadir al público de penetrarlo y el descubrimiento en su interior de la parte más íntima de nuestro viaje. A través de la geografía de la subjetividad. De nuestra vida. Había que esperar, sin embargo, que los artistas dijeran su: lo que los artistas querían mostrar, lo que los artistas deseaban hacer, lo que los artistas decidirían realizar.

Y haciendo uso de sus palabras, se ve con la Karin, que le cuenta lo que quiere: oscurecer al máximo la Capilla para centrar la atención en los espacios laterales. Porque detrás de las membranas con que quería tapar las dos arcadas, deseaba crear un diálogo ficticio con algunas de las palabras que pronuncia la luz. Subiendo su y bajando su intensidad. Todo simulando aquel ritmo que nos permite seguir vivos: nuestro hálito, la respiración. Nuestro aliento.

Es así como aquel espacio se empieza a sentir como algo que es alguien. Como alguien que no respira otra cosa que la necesidad de sentir: la existencia de un mismo pero también la presencia del otro. A su lado.

Y no es hasta que pasan unos días más que se ve nuevo con Daniel. Que le habla de su propuesta: la reproducción a escala del interior de un espacio a modo de invernadero preparado para el exterior. De seis metros y noventa centímetros de longitud, dos metros y un centímetro de altura. Un espacio perfectamente preparado para ser habitado por cualquier organismo. Vivo.

Así cuando se empieza a valorar la propuesta que le hace Elena. Porque se había hablado de mostrar su trabajo en el interior de un espacio que sería en el interior de otro. Para conseguir esa aproximación que requería su obra: íntima, personal, intransferible y sutil.

Y es así como aquel espacio, alterado por el diálogo que mantienen las luces y cumplimentado por el volumen de un espacio penetrable, nos lleva a preguntarnos sobre lo que somos a partir de las partes que nos identifican. A todos nosotros. Como lo que también somos: personas.